Para empezar a entender los efectos del confinamiento tenemos que entender que nuestro cerebro está “programado” para ser eficiente, responder a cualquier situación lo más rápido posible y aunque parezca obvio mantenernos vivos. Siempre buscará consumir la menor cantidad de energía posible, por lo que va a automatizar todos nuestros procesos y acciones, se calcula que el 95% de las actividades que hacemos en nuestro día a día están automatizadas.
¿Qué ocurrió cuando tuvimos que entrar en confinamiento y cambiar toda nuestra rutina?
Al cerebro no le gustan las cosas nuevas que nos sacan de nuestras rutinas, cuando estamos obligados a salir de nuestros procesos automáticos su prioridad es buscar nuevas rutinas, pero siempre intentando regresar al balance original. Hay una teoría llamada la teoría del contrapeso en comportamiento humano, básicamente dice que todo lo que extrañas, se prohíbe o no te das cuenta que dejas de hacer, cuando se liberan las restricciones, se consume mucho más, buscando reestablecer el balance original y sobre compensando por las restricciones. Los datos de 2008 dicen que los nichos de más rápido crecimiento durante y después de la recesión fueron las «industrias del pecado» (vino, chocolate, cigarrillos electrónicos) e industrias de «nesting» (confort en casa) como cobijas, almohadas y ropa para el hogar, es decir actividades y productos que sobre compensaban el estrés y la ansiedad.
Un estudio reciente demostró que el miedo es uno de los mayores modificadores de comportamiento, el cual nos hace entrar en un modo de máxima alerta en el que todas las funciones racionales del cerebro se apagan para dar paso al modo de supervivencia, la parte encargada de realizar esta función es la amígdala, una de las partes más antiguas del cerebro. En estos momentos hay dos situaciones en particular que están alimentando nuestro miedo, el más lógico es al de la enfermedad y todas sus implicaciones, el segundo factor que lo alimenta es el miedo a la exclusión social (por aislamiento o por sentirse excluido por un contagio). Estos son dos de los miedos más básicos, pero también son de los más poderosos.
Cuando estamos expuestos a situaciones peligrosas nuestro cerebro va almacenar todo lo que rodea esta situación y va a crear lo que Antonio Damasco llama marcadores somáticos. Estos son reacciones emocionales que respaldan la toma de decisiones, incluida la toma racional de decisiones. Estas reacciones se basan en las experiencias previas del individuo con situaciones similares. Podemos entender los marcadores somáticos como atajos de pensamiento, que aumentan la eficiencia y la precisión de la toma de decisiones humanas, la toma de decisiones sería casi imposible si fuera necesario un procesamiento cognitivo detallado de todas las alternativas disponibles. Para poner un ejemplo más tangible, cuando comemos o tomamos algo que nos enferma creamos un marcador somático, nuestro cerebro asocia la comida y la bebida al malestar y en futuras ocasiones nos hará rechazar esa comida y nos provocará asco, este proceso es irracional, pero, aun así, gobierna nuestro comportamiento y es muy difícil sobre pasarlo.
La situación actual nos ha puesto en una situación estresante con miedo e incertidumbre lo que ha generado en muchas personas un marcador somático negativo que vincula la enfermedad con las reuniones sociales y los lugares muy concurridos.
Pensar que estos marcadores somáticos no afectan a las personas es un error, por medio de mapeos cerebrales se ha comprobado que aun las personas que se autoproclaman más valientes y positivas ante esta situación, cuando se les plantea la idea salir de su casa el cerebro activa la amígdala lo que desencadena automáticamente miedo y la ansiedad. Otro factor que comprueba esto es que, en tiempos de miedo y estrés, el cerebro se enfoca en atender las necesidades más básicas: la comida, la salud, el sexo y la seguridad. Curiosamente los productos que más han aumentado su consumo durante este confinamiento son: condones, comestibles, productos de higiene (jabón y desinfec- tantes) y para el caso de EEUU, armas.
Por mucho que amemos los lugares concurridos, es probable que el marcador somático que hemos instalado en los últimos meses en nuestros cerebros tenga un impacto poderoso y duradero sobre cómo nos comportamos. Basta ver cómo actuamos cuando salimos a la calle, tocamos el botón para un ticket de estacionamiento, agarramos el carrito del súper, recibimos cambio o algún objeto de otra persona, tocamos los botones del elevador, etc. En esos cambios relativamente triviales podemos ver la sugestión de nuestro cerebro diciéndonos que tenemos que tener cuidado.
Algo importante que hay que entender de la amígdala es que es como una enfermedad cróni- ca: Una vez que estás infectado por miedo, no solo estará presente, sino que es muy probable que su uso y la dependencia del cerebro para la toma de decisiones crezca. La amígdala no distingue entre situaciones de peligro simplemente acumula el miedo y aumenta en su estado de alerta. En este estado se anula la capacidad de pensar a futuro y nuestra capacidad de contemplación ya que es como un interruptor de emergencia, que no hace preguntas y paraliza todo lo demás.
Es solo cuestión de tiempo para que se levanten las medidas de restricción de restaurantes centros comerciales y lugares públicos, las noticias sobre el coronavirus finalmente irán desvaneciéndose, pero la realidad es que el impacto emocional del virus probablemente se mantendrá, y si estamos expuestos a situaciones de estrés o peligro que generen ansiedad el atajo del cerebro será dejar que la amígdala asuma el control como medida de precaución.