Imagina que estás en una entrevista y el reclutador te pregunta: “¿Cómo te ves en 5 años?”. Para muchos, esta pregunta suscita respuestas ensayadas que poco tienen que ver con lo que realmente sucederá. Los reclutadores suelen emplearla para evaluar la claridad de metas y la capacidad de planificación de un candidato, creyendo que una visión clara del futuro refleja estabilidad y determinación, y que un candidato con objetivos definidos será más comprometido. Sin embargo, ¿es realmente válida esta pregunta para evaluar a alguien? Las ciencias del comportamiento nos ofrecen una perspectiva interesante mediante el concepto de errores de previsión hedónica, el cual podría ayudarnos a entender mejor si esa pregunta es verdaderamente relevante.
¿Qué son los Errores de Previsión Hedónica?
Los errores de previsión hedónica son las imprecisiones que tenemos al imaginar cómo nos sentiremos en el futuro ante ciertos eventos o decisiones. Cuando proyectamos nuestro bienestar o satisfacción futura en experiencias como un logro laboral, una compra importante o un cambio de vida, tendemos a sobreestimar el impacto y la duración de esa emoción.
Este fenómeno tiene su origen en el cerebro, donde dos áreas clave, el sistema límbico y la corteza prefrontal, desempeñan roles específicos en cómo anticipamos el placer y la recompensa. El sistema límbico, impulsado por la gratificación instantánea, responde de forma más emocional y es menos preciso al proyectar experiencias futuras. Por otro lado, la corteza prefrontal, encargada de la planificación a largo plazo, suele carecer de detalles exactos sobre el contexto futuro y puede tanto sobreestimar como subestimar nuestras reacciones. Esta combinación de mecanismos cerebrales explica por qué imaginamos que ciertos eventos nos harán mucho más felices o tristes de lo que en realidad ocurre cuando finalmente suceden.
¿Cometer Errores de Previsión Nos Hace Irracionales o Malos Planeadores?
Estos errores de previsión suelen ocurrir en momentos que consideramos significativos o en decisiones que creemos tendrán un impacto duradero. La mayoría de las personas, por ejemplo, piensan que grandes logros como un ascenso, una mudanza o una nueva relación traerán felicidad duradera. Sin embargo, estos errores suceden porque enfocamos nuestra atención en el evento específico y no consideramos que nuestras emociones tienden a regresar a un estado de referencia tras adaptarse a nuevas circunstancias. Este fenómeno, llamado adaptación hedónica, explica por qué, aunque logremos lo que deseamos, la satisfacción o el placer eventualmente disminuyen.
La adaptación hedónica tiene una base evolutiva: nuestro cerebro nos mantiene en una constante búsqueda de nuevos objetivos para adaptarnos y sobrevivir. En tiempos antiguos, la complacencia no era una opción; después de asegurar necesidades básicas como la comida o el refugio, era crucial buscar el siguiente objetivo. Así, el cerebro humano se desarrolló para adaptarse rápidamente a cambios, regresando a un “nivel base” de felicidad, tanto tras experiencias positivas como negativas.
Este proceso también se ve respaldado por la neurociencia. Nuestro cerebro produce dopamina, el neurotransmisor asociado con la motivación y el placer, no solo al alcanzar una meta, sino también durante la anticipación de la recompensa. Este doble impulso de dopamina, tanto en el proceso de búsqueda como en la obtención de la meta, refuerza el ciclo de búsqueda constante. Si bien esto fomenta la resiliencia y la adaptación, también significa que sobrestimamos el impacto duradero de ciertos eventos en nuestra felicidad, ya que, una vez alcanzados, el cerebro rápidamente “normaliza” la experiencia, regresando a su estado habitual de satisfacción.
Errores de Previsión Hedónica en la Toma de Decisiones Empresariales
Aunque estos mecanismos cerebrales son vestigios de nuestra evolución, ignorarlos en decisiones empresariales puede llevar a errores estratégicos y afectar las finanzas. Cuando las decisiones se basan en cómo pensamos que nos vamos a sentir, caemos en ciertos patrones predecibles que pueden alejar la objetividad y reducir el impacto a largo plazo.
- Enfocarse en Beneficios Inmediatos
En muchos negocios, los directivos tienden a centrarse en las ganancias rápidas o en la gratificación inmediata. Esto se traduce en inversiones como tecnología de punta o renovaciones de oficinas, pensadas para mejorar el ambiente y motivar al equipo. Aunque estas inversiones suelen elevar la moral al inicio, rara vez se considera cómo los beneficios de esta “motivación” pueden desvanecerse pronto. Sin una razón duradera detrás de estas decisiones, la satisfacción tiende a estabilizarse rápidamente. - El Efecto del Contexto Social
Muchos productos y decisiones empresariales generan satisfacción no solo por sus beneficios funcionales, sino también por el contexto social en el que se sitúan. Adopciones de marcas de lujo, la última tecnología o cambios de imagen empresarial pueden alinear la compañía con ciertas tendencias del momento y dar una buena impresión inicial. Sin embargo, una vez que se disipa la novedad, los beneficios emocionales suelen reducirse, y el impulso de pertenecer al “círculo correcto” puede quedarse sin una justificación clara de su valor. - Subestimar los Costos Ocultos
En el ámbito empresarial, el optimismo inicial puede hacernos pasar por alto el costo real, tanto emocional como financiero, de ciertas decisiones. La expansión rápida, las adquisiciones o el lanzamiento de nuevos productos parecen siempre atractivos, pero pocas veces se considera todo el esfuerzo adicional que implican. Además de la inversión económica, estos movimientos requieren tiempo y energía que afectan directamente a los equipos y los recursos internos, trayendo consigo retos y demandas que no siempre se anticipan en las proyecciones.
Más allá de si la pregunta “¿Cómo te ves en 5 años?” es válida o no, lo importante es entender que nuestro cerebro tiende a cometer errores al predecir cómo nos sentiremos en el futuro. Para evitar caer en estos sesgos subconscientes, es clave que nuestras decisiones empresariales se basen en datos objetivos y no solo en expectativas emocionales. Además, reflexionar sobre cómo nos hemos sentido respecto a decisiones pasadas puede ayudarnos a ajustar nuestras expectativas y tomar decisiones estratégicas más acertadas para el futuro.
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