A lo largo de la historia de la humanidad, el acceso al conocimiento estuvo restringido y reservado; no todas las personas tenían acceso a él y era incluso una estrategia de ciertos grupos limitar el acceso a la información. Hoy en día, podríamos decir que tenemos en nuestro bolsillo una fuente inagotable de información. Con solo unos clics, podemos acceder, en cualquier formato (video, audio, texto), a las investigaciones más sofisticadas sobre física cuántica, biotecnología o incluso a videos de gatitos bailando. A pesar de la abundancia de información y conocimiento a nuestro alcance, es una realidad que los seres humanos, por alguna razón, decidimos no cambiar nuestras ideas y raramente ampliamos nuestro conocimiento fuera de nuestra zona de confort. Esto representa una paradoja y nos lleva a preguntarnos hoy, más que nunca, ¿cómo decidimos qué queremos saber cuando tenemos toda la información del mundo a nuestro alcance?
El artículo publicado por Tali Sharot y Cass Sunstein, titulado «How People Decide What They Want to Know«, intenta responder a esta pregunta y nos ofrece lecciones importantes sobre lo que nos motiva a buscar información, conocimiento y cómo, al entender el proceso de toma de decisiones, podemos implementar soluciones innovadoras en sectores como la educación, la salud, las políticas públicas, las leyes y el diseño de sistemas de inteligencia artificial motivados e intrínsecamente curiosos. Aunque los invito a leer el artículo original, en este artículo comparto los hallazgos que me parecen más relevantes.
Tenemos la noción romántica de que el conocimiento siempre es valioso, pero el comportamiento humano demuestra que no siempre es así; muchas veces preferimos mantener nuestras creencias y modelos mentales que exponernos a información que pueda alterar nuestra visión del mundo. Por esta razón, cuando decidimos buscar información, realizamos un análisis interno sobre el impacto que tendrá esta información en tres dimensiones, respondiendo a las preguntas:
- Nuestras acciones: ¿El conocimiento ayudará, obstaculizará o no influirá en mi capacidad para tomar decisiones que aumenten las recompensas y disminuyan los riesgos?
- Nuestro afecto: ¿La información inducirá sentimientos positivos, negativos o no influirá en cómo me siento?
- Nuestra cognición: ¿La nueva información mejorará mi capacidad para comprender y predecir la realidad?
Nuestro proceso mental evalúa cada una de estas dimensiones, y nuestra percepción respecto a ellas puede ser:
- Positiva: Los beneficios me impulsan a buscar información y conocimiento.
- Negativa: Evitaré esa información y cualquier otra similar a toda costa.
- Neutral: La información me es indiferente, por lo que no merece mi atención.
Este modelo parece sencillo: si veo un beneficio en las tres dimensiones, buscaré información; si no, la evitaré; y si no me afecta, permaneceré indiferente. Sin embargo, como suele suceder, el diablo está en los detalles, y comprender más a fondo cada una de estas dimensiones nos permite ser más influyentes y fomentar la búsqueda de conocimiento.
Acción (valor instrumental):
La utilidad de la información para aumentar las recompensas y evitar pérdidas influye mucho en nuestra decisión de buscarla o no. A menudo se pasa por alto que la información también puede tener un valor instrumental negativo; es decir, el conocimiento a veces puede hacer que las personas actúen de manera que sus acciones conduzcan a peores resultados, mientras que la ignorancia deliberada puede llevar a mejores resultados. Por ejemplo, no conocer el título universitario de los solicitantes podría mejorar las decisiones de contratación al reducir los sesgos; no ser conscientes de nuestras propias limitaciones aumenta nuestra confianza y motivación, lo que a veces puede mejorar nuestro desempeño. Según la teoría de la elección racional, la información no puede tener un valor instrumental negativo, porque siempre podría ser desestimada después de obtenerla. En la práctica, sin embargo, una vez conocida una información, su impacto en la acción a menudo escapa al control y/o conciencia del individuo y, por lo tanto, no se puede revertir. Por ejemplo, una vez que alguien menciona un error en tu swing de golf, es imposible dejar de pensar en ello.
Desde el punto de vista empresarial, esto tiene mucho sentido. Miles de libros de ventas sugieren que no debemos vender el producto, sino los beneficios que este brinda. Esto resuena con el hallazgo de que, cuando el cerebro identifica que adquirir información o conocimiento (que brinda el producto o servicio que ofrecemos) afecta positivamente nuestro desempeño, el valor instrumental aumenta y, por tanto, nuestra decisión se inclina hacia esta alternativa.
Afecto (valor hedónico)
El conocimiento puede inducir sentimientos positivos o negativos. Podríamos pensar que esto es irrelevante y que lo más importante es conocer la verdad, pero cuando anticipamos que el conocimiento nos hará sentir mal, tratamos de evitarlo. Un claro ejemplo de esto es que las personas evitan ser diagnosticadas con ciertas enfermedades, aunque esto podría salvarles la vida, porque saben internamente que la información puede generar tristeza, desesperación o miedo. Generalmente, estamos motivados para evitar información que induce sentimientos negativos y buscamos aquella que evoca sentimientos positivos. Esta tendencia se manifiesta a través del sesgo de confirmación y se ha demostrado que utilizamos la adquisición de información para regular nuestras emociones y estado de ánimo.
En el ámbito empresarial, se ha observado que las personas son más propensas a pagar por información cuando esperan buenas noticias y a pagar para evitar información cuando esperan malas noticias. Esto resuena con la propagación de medios de ciertas corrientes políticas y con la polarización de contenido.
Cognición (valor para interpretar y predecir la realidad)
La información puede mejorar o reducir la sensación de las personas de entender el mundo que las rodea. En particular, la información altera los modelos mentales internos de las personas. Los modelos mentales son representaciones de conceptos y las relaciones entre ellos, que se utilizan para comprender y anticipar la realidad. Algunos conceptos pueden ser parte del modelo mental de una persona pero estar ausentes en el de otra.
Esta dimensión es la más compleja porque existe cierta relatividad de persona a persona. Mi visión del mundo puede servirme bastante bien aunque sea incorrecta, por eso, cuando alguien intenta cambiarla, me resisto a estos cambios ya que hasta este momento no he necesitado ajustar mis mapas mentales. Realizar una reflexión introspectiva nos puede llevar a cuestionar nuestros mapas mentales y comenzar un proceso de aprendizaje continuo. Pienso que es mejor hacerlo antes de que sea necesario en lugar de enfrentarnos de frente con la realidad.
Sin duda, el conocimiento y lo que nos motiva a aprender es fascinante. Como les dije, los invito a leer la investigación completa y a reflexionar sobre estas tres dimensiones que motivan la adquisición de información.
Si disfrutaste este artículo o quieres obtener contenido especial puedes suscribirte a nuestro Newsletter en el que compartimos consejos prácticos y aplicados de Behavioral Science a negocios parar lograr mejores resultados financieros. Puedes seguir seguir la página de Disruptech en Linkedin o mi perfil personal Guillermo Ponce. Espero verte cada semana y que el contenido que comparta te ayude a mejorar los resultados de tu empresa, saludos!